26.11.2020 Barrilete cósmico a la eternidad

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Diego Checho

Por Leonardo Rodríguez

La partida de Diego Armando irrumpió en el miércoles y lejos de generar mucho dolor, como efecto rebote nos retrotrajo inevitablemente a sus descollantes desempeños en cancha, especialmente en México ’86, donde se inmortalizaron «la mano de Dios» e instantes después, aquella apilada sensacional que inspiró al relator uruguayo Víctor Hugo Morales a cuestionarse en pleno gol. «¡Barrilete cósmico! ¿De qué planeta viniste?» fue la instantánea de nuestro coterráneo, siendo ese, uno de los momentos más estremecedores de los relatos radiales en toda la historia de los Mundiales, acaso para nosotros comparado con el gol de Ghiggia en Maracaná para ser campeones de 1950.

Hasta en el momento de su deceso, ayer sobre el mediodía, Diego Armando Maradona marcó el diferencial que siempre lo desmarcó sobre los demás, desde que su vida saltó a la fama. La popularidad que generó su desempeño en cancha, conquistó aficionados y trascendió fronteras. El chiquilín de Villa Fiorito, que surgió en Argentinos Juniors y que soñaba jugar en un Mundial y poder salir campeón, terminó transformándose en el mejor de todos, en el deporte más popular del planeta.

Por eso, su fallecimiento resonó fuerte y cambió los esquemas de los medios en sus espacios, en el seguimiento de la información y en los recuerdos de sus mejores desempeños, que siempre es lo que atesoramos como algo imborrable cuando alguien parte de la vida terrenal.

No sólo Argentina llora su partida y glorifica al jugador que condujo a su país a ser el mejor del mundo. En Italia, Maradona dejó una huella imborrable en el sur de ese país, en la zona más humilde. Nápoles durante algunas temporadas pasó a ser poseedora de una popularidad inimaginable, producto de contar con la presencia estelar del «10» en el Nápoli, donde fue ídolo máximo. Ayer, tras su partida, generó una auténtica revolución, pues la gente automáticamente se volcó a las calles para reunirse en señal de congoja.

Como todo en la vida, hay luces y sombras, éxitos y fracasos. Maradona los tuvo como deportista, en sus decisiones que lo alejaron de las canchas. Siempre confió en sus condiciones, en su empuje, ese que tanto lo caracterizó.

En su vida, lamentablemente ni sus decisiones, ni su entorno, le permitieron tener una vida más saludable. Sus últimos años ya denotaban sus malestares. En sus desplazamientos, en su forma de expresarse.

Para quienes tuvimos la niñez en los ’80 y primeros años de los ’90, allí radica el Diego que queremos conservar eternamente en el recuerdo. Por más que en la vida, fue gambeteando como ante los ingleses en el ’86, entre aciertos y errores, aquel Maradona que llegaba por la tele los domingos de mañana, cuando Deporte Total emitía el fútbol italiano, es el que queremos que perdure en las retinas.

El enemigo íntimo de Enzo, aquel que intercambiaba camisetas y elogios con Francescoli en cada River-Boca que los confrontaba. El que por su amistad con el «Pato» Aguilera, estuvo cerca de jugar en Peñarol a finales de los ’90.

Su vínculo con los que nacimos de este lado del Río de la Plata afectivamente fue notorio. Basta recordar aquel programa especial que en Brasil 2014 hizo junto a Víctor Hugo Morales, donde le dio su apoyo a Luis Suárez, antes del torneo, por su lesión, y tras la absurda sanción que lo sacó de la Copa.

Como técnico no tuvo mayor destaque, aunque clasificó a su país a Sudáfrica 2010, en aquel recordado partido en Montevideo donde se despachó contra los periodistas de su país.

En esta edición de Diario La Unión también consideramos conveniente alterar nuestra metodología habitual de trabajo. Al margen de la recopilación y alguna opinión, es un gusto para nosotros poder acompañar estas líneas con la representación de Checho, el caricaturista que puso su talento al servicio de la causa.

En esta contratapa, lo recordamos en sus años de «Pelusa», con la guinda pegada al pie y con su querida «albiceleste», a la que tanto defendió y enalteció desde la cancha. Desde ayer, es leyenda.

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