04.05.2020 El color de mayo es amarillo

Todavía recuerdo la última vez que hablé por teléfono con mi padre: era pasada la medianoche del 1 de enero de 2010. Papá estaba contento, se escuchaba en su vez. El 2009 había sido un gran año para mi familia y solo teníamos expectativas buenas de lo que en 2010 nos podría deparar. Pero todo lo que recibimos fue una piña en el alma. Mi padre murió en la madrugada de ese día en un accidente de tránsito. Fue la primera señal de que la vida no sería fácil pero a la fuerza traté de reponerme, aunque siempre fui consciente de que hay cosas que marcan demasiado y dolores que son imposibles de sanar.
Desearía haber compartido más cosas con él, que estuviera a mi lado el día que me recibí, que leyera mis notas en el diario y pasar más Navidades juntos.
En 2016 mi abuelo tuvo un accidente. Había salido a comprar su medicación cuando un conductor que salió apurado de su trabajo (como nos pasa a muchos a esa hora) no respetó un cartel de Pare y lo atropelló. Estuvo internado 8 días en un sanatorio, la gran mayoría en coma por las heridas que le causó el impacto. Finalmente su cuerpo no aguantó y el 10 de setiembre falleció. Era la persona más cuidadosa que existía en el mundo, siempre se ponía su chaleco y casco. Era un hombre gentil que le gustaba ayudar a la gente y disfrutaba yendo a bailar tango al club de abuelos.
Pero si hay un día que no voy a poder olvidar es el 31 de diciembre de 2018. Alrededor de las 7 de la mañana emprendimos viaje desde Solís hasta Minas. No soy muy consciente de los tiempos de esa fecha pero creo que no alcanzamos a estar ni quince minutos arriba del auto antes de que una camioneta cambiara de senda y chocáramos. Mamá trató de hacer una maniobra para esquivar el vehículo pero fue imposible. El auto en el que viajábamos se desintegró por completo y ella murió en el instante.
Unos vecinos que venían detrás y una doctora trataron de calmarme mientras estaba atrapada entre los hierros retorcidos esperando a la ambulancia, los bomberos y la policía para que me recataran.
Luego de trasladarme al sanatorio los médicos constataron que tenía solo una fisura en un hueso de la pelvis. En la noche del 1 de enero empecé a tener un poco de dificultad para respirar y tuve un neumotórax.
Después de cuatro días internada me dieron el alta, estuve un mes en la casa de un amigo donde su madre me ayudó muchísimo. Al principio necesitaba ayuda para bañarme porque no podía sostenerme bien y para caminar. Todos los días me fui poniendo metas sobre caminar un poquito más hasta que volví a recuperar un buen ritmo.
Los golpes dolieron durante meses, de hecho, hay días en los que me duele la zona donde recibí un golpe en la cabeza.
Todo el año pasado fue de visitas a doctores. Fui varias veces al traumatólogo, comencé a ir a la psiquiatra porque estaba muy angustiada lógicamente. Fui al oculista, a la neumóloga y en varias oportunidades al médico de medicina general. Fue un año de muchas placas y análisis, y no me quejo, sé que pude morir o quedar en un estado en el que no pudiera valerme por mi misma.
Al principio reviví mucho el accidente. Era como volver a estar en el auto y que se me viniera encima la camioneta, y sentir el impacto. Con el tiempo solo me pasa esto último, tengo la sensación del choque. Es inevitable.
Sin lugar a dudas ese día me dejó la herida más grande e imposible de sanar. Muchas veces me despierto pensando que es 31 de diciembre y que voy a encontrar a mi mamá, para luego darme cuenta que el tiempo pasó y que ni siquiera estoy en la misma casa porque el dolor es tan grande que me mudé. Pero si algo me dejó esta fecha es la sensación de que por alguna razón sobreviví, y no me voy a rendir. La vida también me enseñó a perdonar, ya no le guardo rencor al hombre que conducía la camioneta, aprendí a perdonar porque me di cuenta que no se puede vivir con odio.
De todas formas creo firmemente que si esa persona no hubiese estado alcoholizada tal vez no habría perdido el dominio de su vehículo y probablemente mi mamá estaría viva.
Por eso quiero pedirles que sean muy conscientes a la hora de conducir. La gran mayoría de las veces el uso de casco puede evitar traumatismos y salvar la vida. El cinturón es muy importante, mi madre no me dejaba subir al auto si no me lo ponía y de hecho fue la única pieza que continuó funcionando después del choque. No se olviden de ponerse el chaleco reflector y revisar si su vehículo se encuentra en condiciones. Y por favor, si bebieron o consumieron alguna sustancia o medicamento que les pueda afectar la coordinación o la visión, no conduzcan. Es la forma de salvarse la vida y cuidar a las demás personas.
Desde 2014 se conmemora Mayor Amarillo con la consigna de poner en la agenda pública la cantidad de vidas que se pierden y personas lesionadas a causa de los siniestros de tránsito. El movimiento nació en Brasil con el objetivo de coordinar acciones entre el Estado y la sociedad.
El 11 de mayo de 2011 la Organización de las Naciones Unidas decretó la Década de Acción para la Seguridad Vial. Según la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev) «la siniestralidad sigue siendo la principal causa de muerte de los jóvenes en Uruguay». Todos los años se realizan acciones en coordinación pero debido al contexto sanitario actual las actividades presenciales se postergaron hasta setiembre.
«El slogan para este año será un mensaje directo de atención que involucra a la persona llamándola a reflexionar, consciente o inconscientemente, sobre los riesgos en el tránsito y sus consecuencias. Apelando a un valor fundamental como es el cuidado de la vida. Date cuenta del riesgo. Cuidá la vida».